30 julio 2013

Tres años

Hija mía:

Mañana se cumple nuestro tercer aniversario, y desde que me levanté esta mañana no he hecho otra casa que rememorar ese día, el día que nos vimos por 1era vez. Hoy no he hecho más que recorrer cada momento en mi mente, recordando los instante, la brisa y el clima que había, mi ansiedad y las ganas inmensas que tenía de conocerte. Desde muy temprano me la he pasado repasando la compañía de tu abuela, la llegada a la clínica, lo serena y segura que estaba, las contracciones, el cansancio, la emoción de tu padre, los momentos previos, tu llegada. Incluso me he tocado varias veces mi panza, como solía hacerlo en esa época, en un intento por traer más claramente los recuerdos de mi ser inmenso, redondo, lleno de ti. Tengo que reconocer que muchas veces extraño esa barriga gigante y templada, llenita de ti. 

Sabes, amo recordar el día en naciste, el día en que nací a una nueva vida contigo. Y aún me sorprenden y abruman mis sentimientos por ti, los de ese día, los de todos estos días, los de hoy, los de siempre. Por que el amor que siento, el amor que sentimos, es tan inmenso que no es fácil de entender ni de describir. Lo abarca todo, lo cubre todo, lo transforma todo. Y al repasar nuestros primeros instantes, metida de manera perfecta entre mis brazos, diminuta e indefensa, pegada a mi ser, necesitándome-necesitándonos cada instante, fusionadas la una a la otra, solo puedo sentir como este amor se hincha y se siente aún más grande y poderoso, como nuestro amor crece cada día para ser insuperable, invencible. 

Gracias por cada espacio, por cada enseñanza, por tanta ternura, por confrontarme y obligarme a sacar lo mejor de mí, por tu picardía y tu inmensa sonrisa, por llevarme a lo profundo de mi ser materno y femenino, caminando en medio de mis sombras, enseñándome que no soy perfecta y que no importa, que las dos estamos juntas en esto, que debo confiar en mí y que puedo confiar en ti, que te lo debo, que me lo debo y que aún tenemos montones de cosas por disfrutar, por sufrir, por aprender. 

Felices tres años Sara.
Te amo profundamente, mi niña de ojos inmensos y cabellera dorada.

Nuestro pudín de flores y mariposas.
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24 julio 2013

Ten paciencia mamá


El domingo pasado, que estuvo muy movido por cierto, Sara se acostó inusualmente temprano. Tipo 5:30 de la tarde pidió pijama, cena y ella solita se arrunchó en la cama para caer profundamente de inmediato. 11 horas después de sueño profundo, ya estaba despierta y enérgica. 11 horas después eran la 4:30 de la mañana, y mientras yo estaba en lo más profundo de mi descanso, (me acosté rozando las 12 de la noche), una vocecita me despertaba y me decía que quería jugar y desayunar y hablar y ver tele y leer cuentos y jugar con la pelota y tomar cafecito y hablar sin parar. 

Yo, zombie y muerta de sueño y cansancio, solo atinaba a decirle que era de noche, que había que dormir. Ella, con una voz decidida y llena de ganas, insistía e insistía con toda la voluntad del mundo, sin escucharme en lo más mínimo. Al principio pensé que era cuestión de unos segundo para que se volviera a dormir, pero no. Ella estaba totalmente descansada y lucida, y con ganas de comenzar el día en medio de la noche. Yo, en cambio, hecha una piltrafa humana solo atinaba a contestarle con monosílabos y a decirle: "Si. No. Es hora de dormir".

Así pasaron unos pocos minutos (que parecieron largas y tortuosas horas) y mi paciencia, la poca paciencia que tengo en esas circunstancias a las 4:30 a.m, se consumió en un santiamén. Y el monstruo, ese que vive en mí, ese que también soy yo, se despertó furioso, y asomó la cabeza altivo, alzando la voz, y con aire de superioridad y suficiencia, diciendo tajantemente: "No más Sara!!!!! No más!!! a dormir!!! Ya es suficiente!!!"

Y mi hija, esa pequeña que en pocos días cumple 3 años, en lugar de ponerse a llorar o armar pataleta como hubiera sido normal, llena de calma y muy lúcida, me puso la manito en la cara para decirme de manera pausada: "Ten paciencia mamá, ten paciencia". Y fue como si de repente se hubiera hecho la luz. Sus palabras simples y sencillas dieron justo en el blanco, así de la nada, con una simpleza que parecía magia y que me tocó el alma.

Después simplemente la abrace y ella, como habiendo terminado una misión importante, no hablo más y se durmió. Yo en cambió no pude pegar el ojo de nuevo. No pude dejar de pensar en su sabio consejo, en que su respuesta llena de luz, es quizá la respuesta a muchas de las preguntas que me hago ahora, en cómo me ve tal y como soy, sin disfraces ni máscaras, en cómo es mi mejor maestra cada día que pasa.

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17 julio 2013

El camino


Cuando comencé esta aventura de ser madre nunca imaginé la dimensión del asunto en el que me estaba metiendo. No imaginaba la felicidad y mucho menos los retos emocionales y personales que enfrentaría. Era imposible saber las fibras del alma que tocaría, los recuerdos que despertaría, las ideas que nacerían en mi cabeza y crecerían en mi alma, de manera tan fuerte e instintiva. 

Tampoco sabía que me descubría niña, sola, desamparada, triste, egoísta, manipuladora, impositiva, queriendo hacer todo a mi manera, solo a mi manera. Y este descubrimiento ha sido, tal vez, el más importante. El más duro y difícil, pero el más importante. Por que me ha permitido ver de frente esa mujer poco luminosa que también soy. Esa parte que oculto con mucha habilidad pero que existe, y que no es tan linda y deseable. Ese lado, mi lado poco amable, que no sabe y no quiere conciliar, que cree que ceder es perder, que encuentra la manera de salirse con la suya a como de lugar, que esta seguro de tener la verdad revelada y la razón. Demasiado convencido y seguro de eso. 

Y entonces, en medio de la vida que han sido estos tres años de ser mamá solo hasta ahora he logrado entender la dimensión de este camino. Los regalos y los increíbles retos que me trae. La responsabilidad que enfrento conmigo misma, que es directamente proporcional a la responsabilidad que tengo para con mi hija. Lo mucho que tengo que enderezar, y trabajar, e integrar. Las heridas que tengo que sanar. La potencia de mis deseos y de mis ganas de agradar. El miedo que me ahoga. Lo mucho que tengo que seguir buceando en mi para conocerme, entenderme y aceptarme. Para tratar de llegar a un lugar más honesto y claro, donde no soy la "niña perfecta", donde soy simplemente yo, con todo lo que este paquete implica, sin juzgarme, sin sentir culpa o malestar. Consciente de mi ser en todas sus dimensiones, con lo bueno y lo no tan bueno, con mis cualidades y mis defectos, con mis aciertos y mis errores, con mis capacidades y mis inmensas incapacidades. Tratando de alcanzar una visión personal un poco más real y objetiva, que me permita transitar de una manera distinta, dejando de exigirme lo imposible, estando aquí y ahora, perdonando y perdonándome, dando sin esperar nada cambio, enseñándole a mi hija con hechos más que con palabras. Entendiendo que mi maternidad es un camino de autoconocimiento que puedo aprovechar y capitalizar al máximo.

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08 julio 2013

Modelo de mujer


Estos días he pensado mucho en el modelo de mujer que soy para mi hija. La veo crecer, y cada día que pasa es evidente que me observa con detenimiento y me imita en cosas aparentemente superficiales (como mi manera de hablar y de vestir, mi manía de decir gracias por todo y a todos), así como en cosas más de fondo (actitudes, reacciones, posturas frente a una u otra cosa). Y entonces, he comenzado a cuestionarme mucho. A pensarme más como mujer, no tanto como madre, esposa o hija. A observarme, simplemente como el ser que soy y a preguntarme por los mensajes tácitos que le trasmito, por mi amor propio y mi autoestima, por la visión que tengo de mi cuerpo y de la belleza, por el ser humano femenino que soy a diario, no racionalmente sino realmente. Tratando de verme sin juzgarme, buscando identificar, con claridad y sin excusas, mi lugar en este mundo, con el único fin de sentirme tranquila y cómoda, no para ser un modelo "perfecto" o " bueno" de mujer (no creo que eso realmente exista) sino para que a través del encuentro conmigo misma pueda llegar a estar más conectada y a ser más auténtica, más honesta y real, más humana e imperfecta. Ojalá algún día lo logre, por que se que este es el camino que me exige mi existencia y que le debo a mi hija.

Paseando por la blogósfera me topé con este post de Proyecto Alegría, que a propósito de este tema, reproducía una carta que Kasey Edwards escribió para su mamá. Me ha parecido clara, fuerte y reveladora, por eso la comparto aquí nuevamente, como una oportunidad de abrir los ojos y observarnos como seres humanos y como modelos de hombres y mujeres que somos para nuestros pequeños hijos.

“Querida mamá,
Cuando tenía 7 años descubrí que eras gorda, fea y horrible. Hasta ese momento había creído que eras preciosa – en todos los sentidos de la palabra. Me recuerdo ojeando viejos álbumes y mirando fotos tuyas sobre la cubierta de un barco. Llevabas puesto un bañador blanco sin tirantes que me parecía súper glamuroso,  parecías una estrella de cine. Cada vez que tenía oportunidad sacaba de tu último cajón ese maravilloso bañador blanco e imaginaba el día en que sería lo suficientemente mayor para llevarlo; el día en que me parecería a ti.
Pero todo eso cambió una noche en que, vestidas las dos para ir a una fiesta, me dijiste: “Mírate, tan delgada, tan guapa y tan preciosa. Y mírame a mi, gorda, fea y horrible.”
Al principio no entendía qué querías decir. “Tú no estás gorda” te dije con fervor e inocencia, “Sí, cariño, yo siempre he estado gorda, incluso cuando era niña”.
En los días que siguieron tuve algunas revelaciones dolorosas que han marcado toda mi vida. En los días que siguieron aprendí que:
1.  Efectivamente debías estar gorda porque las madres no mienten.
2.  La gordura es fea y horrible.
3.  Cuando creciera me iba a parecer a ti y por lo tanto yo también sería gorda, fea y horrible.
Años más tarde recordé esta conversación y todas las que le siguieron y te maldije por sentirte tan poco atractiva, por ser tan insegura y por considerarte tan poco valiosa. Porque, como mi primer y más importante modelo a seguir, me enseñaste a pensar lo mismo sobre mi persona.
Con cada mueca de disgusto que dedicabas a tu imagen en el espejo, con cada nueva dieta milagrosa que iba a cambiar tu vida, con cada cucharada culpable de “realmente-no-debería”, aprendía que las mujeres debían ser delgadas para ser validas y merecedoras. Las chicas tienen que privarse porque su mayor contribución al mundo es su belleza física.
Al igual que tú, he pasado mi vida sintiéndome gorda. ¿Pero cuándo se convirtió la gordura en un sentimiento? Y porque pensaba que estaba gorda, sabía que no era valida.
Pero ahora que soy más mayor y que yo también soy madre, sé que culparte por el odio que siento hacia mi cuerpo es inútil e injusto. Ahora puedo entender que tú también eres producto de un largo y nutrido linaje de mujeres a las que enseñaron a despreciarse a si mismas.
Fíjate en el ejemplo que la yaya sembró en ti. A pesar de poseer ese tipo de belleza y elegancia que solo puede considerarse como esquelética, estuvo a dieta todos y cada uno de los días de su vida hasta el día en que murió con 79 años. Solía maquillarse incluso para salir a coger las cartas del buzón por miedo a que alguien pudiera verla sin pintar.
Recuerdo su “compasiva” respuesta cuando le anunciaste que papá te había dejado por otra mujer. Su primer comentario fue “No puedo entender por qué te ha dejado. Te cuidas y te pintas los labios. Y es verdad que tienes sobrepeso, pero no tanto.”
Antes de irse, papá tampoco te proveyó de ningún bálsamo para calmar tu tormento sobre tu aspecto físico.
Jesús, Jan” le oí decirte “No es tan difícil. Energía hacia dentro contra energía hacia afuera. Si quieres perder peso solo tienes que comer menos.”
Durante la cena de esa noche te vi poner en práctica la cura para perder peso de papá. “energía hacia dentro contra energía hacia afuera: Jesús, Jan, ¡come menos!”. Habías preparado chow mein para cenar y a todos nos serviste en platos llanos, a todos excepto a ti misma. Tu ración de Chow Mein la serviste en un platillo de café.
Mientras estabas sentada delante de esa patética ración de comida te resbalaban lágrimas silenciosas por las mejillas, y yo no te dije nada. Ni siquiera cuando tus sollozos aumentaron de intensidad y hacían que te temblaran los hombros. Nosotros nos comimos nuestra cena en silencio. Nadie te consoló. Nadie te dijo déjate de ridiculeces y sírvete una ración decente en un plato decente. Nadie te dijo que ya eras amada y merecedora de ese amor. Tus logros y tu valía – como profesora de niños con necesidades especiales y como dedicada madre de 3 hijos – palidecían hasta hacerse insignificantes comparados con los centímetros de cintura que no podías perder.
Me rompió el corazón ser testigo de tu desesperación y siento no haber corrido a defenderte. Ya había aprendido que el hecho de que estuvieses gorda era culpa tuya. Había incluso oído a papá decir que perder peso era un proceso “simple” y aún así tú no parecías ser capaz de entenderlo. La lección obtenida fue que no te merecías comer más y desde luego no te merecías ninguna simpatía.
Pero estaba equivocada, mamá. Ahora entiendo lo que significa crecer en una sociedad que dice a sus mujeres que la belleza es lo más importante mientras al mismo tiempo establece unos parámetros de belleza que están permanentemente fuera de su alcance. También conozco el dolor de haber interiorizado estos mensajes.  Nos hemos convertido en nuestros propios carceleros y nos infligimos nuestros propios castigos por no estar a la altura. Nadie es más cruel con nosotras que nosotras mismas.
Pero esta locura tiene que acabar, mamá. Termina contigo, termina conmigo, y termina ahora mismo. Nos merecemos más – mucho más que un montón de días arruinados por pensamientos negativos sobre nuestros cuerpos deseando que pudiesen ser de otra manera.
Porque ya no tiene que ver solo contigo y conmigo, ahora también tiene que ver con Violet. Tu nieta solo tiene 3 años y no quiero que el odio hacia su propio cuerpo eche raíces dentro de ella y estrangule sus posibilidades de ser feliz, su confianza en si misma y su potencial. No quiero que Violet piense que su belleza es su mayor virtud; que será la que defina su valía para el mundo. Cuando Violet nos mire para aprender cómo ser mujer, tenemos que ser los mejores modelos posibles. Tenemos que enseñarle con nuestras palabras y acciones que las mujeres somos suficientemente buenas tal y como somos. Y para que nos crea, tenemos que creérnoslo nosotras.
Cuanto más mayores nos hacemos más son las personas amadas que hemos perdido debido a accidentes o enfermedades. Sus muertes son siempre una tragedia y suceden demasiado pronto. A veces pienso en lo que estos amigos  – y las personas que les amaban – no darían por poder pasar un poco más de tiempo en un cuerpo sano. Un cuerpo que les permitiría vivir un poco más. El tamaño que tendrían los muslos de ese cuerpo o las arrugas que tendría esa cara, no tendrían ninguna importancia. Sería un cuerpo vivo y por lo tanto perfecto.
Tu cuerpo también es perfecto. Te permite conquistar a una habitación entera con solo una de tus sonrisas y contagiar a todo el mundo que haya en ella con tu risa. Te permite tener brazos con los que rodear a Violet y achucharla fuerte hasta que no puede parar de reír. Cada momento que pasamos preocupándonos por nuestros “defectos” físicos estamos malgastando una preciosa rebanada de vida que no podremos recuperar.
Honremos y respetemos nuestros cuerpos por todo lo que nos permiten hacer en vez de despreciarlos por su apariencia. Concentrémonos en vivir vidas saludables y activas, dejemos que el peso caiga donde tenga que caer y consignemos al pasado, que es donde pertenece, el odio hacia nuestros cuerpos.
Cuando hace todos esos años miraba esas fotos tuyas con el bañador blanco, mis ojos inocentes aún podían ver la verdad. Yo veía amor incondicional, belleza y sabiduría. Veía a mi madre.
Te quiero
Kasey”

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02 julio 2013

Hace un año

Revisando en los anaqueles virtuales de este espacio me encontré con este post de hace un año. Es la carta de bienvenida al jardín que escribimos para Sara. La leo y la releo, y la nostalgia se instala en el alma. Es increíble que haya pasado un año entero. Estos han sido meses de un crecimiento y aprendizaje inmenso para ella y para nosotros. Con un montón de días felices, llenos de aventuras y importantes enseñanzas para todos. 

Recuerdo que al principio, el cambio no fue fácil para mi. Me costó montones la separación, lo reconozco. Fueron unos días de "montaña rusa" emocional, de esperar con ansias el medio día para abrazarla y volver a verla, de desesperarme en el trabajo por querer regresar cuanto antes a casa. En retrospectiva, siento que para ella fue mucho más fácil, casi como amor a 1era vista. En menos tiempo del que imagine estaba feliz y adaptada, disfrutando de su nueva rutina, explorando otros espacios, conociendo a sus nuevos amigos. Ella tranquila mientras yo estaba hecha trizas. Ella soltando a su  ritmo, mientras yo peleaba por no soltar. Como me cuesta soltar

Hoy, el balance no puede ser más positivo. Sara ha crecido montones en todos los sentidos, adora su tiempo en el jardín, lo pide y lo extraña, incluso los fines de semana. Para mi todo esto confirma que tomamos una buena decisión y que lo hicimos en el momento apropiado. Verla tan suelta, crecida y habladora, llevando la batuta con los más pequeños, feliz y cariñosa con sus amigos y sus maestras, me hace sentir inmensamente orgullosa. 

El jardín ha sido un espacio que le ha permitido desarrollarse con libertad, descubriendo su pasión por todo tipo de animales, explorando otros roles, asumiendo pequeñas pero importantes responsabilidades, enfrentándola a muchos retos. Hoy veo a una niña saludable, activa y feliz, llena de inquietudes, con mucho carácter, amante de la música y el baile, con ganas de seguir aprendiendo por montones. Veo a Sara en todo su esplendor. Y nada me puede hacer sentir más plena.

 Feliz aniversario del jardín, mi pequeña niña doradita.



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